1989: Un Monumento Rojo...

El presente texto fue publicado en la sección Ámbito Tres,  Reflexiones de nuestro espacio cultural del periódico mexicano Excelsior, que dirigía el Arquitecto Carlos Véjar Pérez-Rubio,
el 28 de diciembre de 1991. El proyecto de Monumento a Lázaro Peña fue objeto de un Concurso organizado por el Consejo Asesor para el Desarrollo de la Escultura Monumentaria y Ambiental (CODEMA) en 1989. En este concurso nuestro proyecto, elaborado en equipo con los Escultores  René Negrín, Juan Quintanilla y Jorge Romero, recibió el primer premio. El Monumento y la Plaza serían construidos en el terreno delimitado por las calles 10 de Octubre, Amenidad, San Joaquín y  Pedroso. Para ello se realizó una colecta a la que todos los trabajadores sindicalizados contribuyeron con cinco centavos. La construcción nunca se llevó a cabo.

Reinaldo N. Togores

Karl Marx decía que “el sentido de los colores es la forma más popular del sentido estético en general”. Su preferencia por el rojo no nos sorprende. Desde la Francia de La Bastilla y las guillotinas el rojo es emblemático de la Revolución. En el habla popular, un marxista es un “rojo”. Nada más apropiado entonces que el color rojo como protagonista en este proyecto para la plaza y monumento dedicados a Lázaro Peña1, dirigente del primer partido comunista cubano y fundador en 1939 de la Confederación de Trabajadores de Cuba.

Pero el sentido de un color no es independiente de la calidad del material a que pertenece. Los materiales “de lujo” como el granito y el mármol han servido demasiados veces para honrar a explotadores y tiranos. Al elegir el material para este proyecto hubimos de rechazarlos, prefiriendo en su lugar un material “pobre” como el barro.

La arcilla cocida tiene, aunque “pobre”, una nobleza peculiar. Ha acompañado al hombre desde su mismo origen como ser industrioso y pensante. No sin razón fue el material elegido por el creador, según el relato bíblico, para su obra mayor: el hombre mismo.

La acción de un militante obrero como Lázaro Peña encuentra sus raíces en una “ideología alemana” como la de Marx y Engels. A la austeridad propia de esta filosofía corresponde la de la arquitectura de los viejos ayuntamientos de ladrillo rojo del norte de Alemania, arquitectura que al decir de Weigert2: “crea para la ciudad un distintivo profano, no sacral como la iglesia. Es austera, pobre y ruda, reflejo de un modo de vida que no se preocupa... del adorno de la existencia, del agradable aspecto accesorio de ella, sino que cuida sólo de la función, del servicio del conjunto y de lo individual (subordinado a) este conjunto, en el que la parte nada representa”.

En esta tradición seguramente se inserta la elección que hizo el alemán Mies van der Rohe del ladrillo para su monumento de los años '20 a Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo.

Partiendo de las múltiples vinculaciones con calles, edificaciones y parques vecinos, entre ellos uno para juegos infantiles ubicado en la misma manzana y teniendo en cuenta la topografía y el arbolado existente, establecimos una continuidad de sendas que confluyen en un centro que se hace plaza, estrado y monumento.

El revestimiento de losas rojas lo usamos tanto para el pavimento como para las superficies verticales que conforman la estructura central del conjunto. Esto refuerza su carácter democrático, en el sentido de que viene “de abajo”, y abajo también, cerca de la base de la cual un buen dirigente obrero jamás se distancia se inserta el relieve que representa a Lázaro Peña.

Los paramentos, además de crecer en altura, se escalonan en profundidad, con lo que refiriéndonos a las direcciones principales en que se estructura nuestra percepción del espacio, la vertical y la horizontal, podemos decir que además de “venir de abajo”, viene “de atrás”. Es decir que avanza, a la manera de las sucesivas oleadas humanas que en otra época expresaban en las manifestaciones callejeras su exigencia de reivindicaciones.

Los muros, escalonándose, se despliegan a la manera de las banderas rojas empuñadas por aquellas multitudes. La imagen de la estrella, símbolo para el cubano de las luchas emancipadoras, reaparece también como culminación de este conjunto, dada a partir de planos metálicos que se intersecan y recomponen revelando paso a paso su identidad.

El monumento señala además el límite entre los dos destinos de este terreno: el ceremonial conmemorativo y el juego de los niños3. Estos usos a primera vista contradictorios, no lo son tanto si se tiene en cuenta la filosofía guevarista del “hombre nuevo” como fin, pero a la vez condición necesaria de una sociedad ideal.

Así es que se llega a la concepción de un centro que es a la vez principio, punto de llegada y pórtico de acceso a nuevos territorios que son precisamente el dominio de las generaciones que ahora despuntan. Los “pinos nuevos” en que depositara su confianza, José Martí.